La base del desarrollo de cada persona se cifra en saberse querido y cuidado, en sentir y conocer que confían en cada uno de nosotros, en nuestras capacidades y posibilidades, en lo que somos y lo que podemos ser. Eso es lo que favorece una manera de ver el mundo y de situarse en él, que nos hace capaces de confiar en nosotros mismos y en los demás, que nos da una mirada positiva y agradecida, con seguridad, y que es también la condición para poder encontrarnos con Dios, confiar y creer en Él. Como educadores tenemos una responsabilidad con esa clave, potenciándola y acompañándola, queriendo ser modelo y queriendo generar condiciones para vivirlo.